El sol, el color, las texturas, los aromas, la luz... miles de movimientos posibles que generan las olas del mar cuando danzan en semejante inmensidad. Fuerte, no? Siempre me pregunté cómo es que esa masa inagotable de agua se encuentra allí...
Cómo es que puede transmitirnos miles de sensaciones y transportarnos por caminos interiores tan diversos. Con su romántico vínculo con el atardecer y las tonalidades que tiñen de un caramelo tan dulce y atractivo todo el paisaje a su merced... y su fuerte lazo amoroso con la luna que la hace avanzar y retroceder como en una danza.
Agosto vino repleto de navíos en este Viejo Puerto marsellés... de aires de navegantes y del latir de viejas historias de piratas; de peces que al pasar muerden el anzuelo e intentan escapar. De pieles que respiran el sabor del sol, que dulcemente golpea cada día a la puerta del Panier, y de manos inquietas que despiertan y traman entre arcilla y telas, hilos y acuarelas.
Del sonido del silencio inagotable entre las rocas de caminos que se pierden en la profundidad del mar; y de miles de formas y colores que juegan a la escondida entre los Calanques, que ciñen la cintura, abrazan y atrapan esta ciudad sureña, intensa y serena como el mar que la rodea.
RESPIRAR suavemente oxigena, al igual que AMARSE y ABRAZARSE cada día...
Nos vemos en la próxima...
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